UN HEROE LLAMADO CACIQUILLO
Lo que sigue fue publicado en el Diario "EL
PAIS" (Montevideo, URUGUAY)
Por Carlos MAGGI
En su columna "EL
PRODUCTO CULTO INTERNO"
Domingo 9 de enero de 1994 (Pág. 7)
La verdadera historia de José Artigas
Hay una historia india de José Artigas que todavía no pudo entrar en los textos de enseñanza. Y sin embargo es en esa relación con los charrúas donde están las claves para entender su vida y su revolución.
Los eruditos se niegan a reconocerlo; les da vergüenza, porque los indios son despreciables; y les da tristeza, porque es feo quedarse solos, habiendo admitido que el Jefe de los Orientales no es de aquí, que venía de visita al sur y estaba siempre deseando volver a casa para estar rodeado de su gente, aliviado y seguro, en medio de los desiertos del Lejano Norte.
No voy a referirme en esta nota a "la vida suelta" de Artigas (¡que va de los 14 años hasta los 32!); sucede en la Sierra, lugar misterioso, más allá del Río Negro, un vasto territorio al cual no podían llegar los habitantes de Montevideo y donde eran desconocidos el alfabeto y la medicina alópata.
Es innegable que Artigas cruzó la línea de las culturas y convivió con los charrúas y recibió de ellos una formación que, por momentos, lo hace superior y absolutamente inexplicable en medio de sus coetáneos de Montevideo.
Me propongo contar hechos concretos, sucedidos entre 1805 y 1815, todos irrefutablemente documentados.
LA ESTANCIA DE ARTIGAS.
El día 14 de febrero de 1805, el comandante del norte, el coronel Francisco Javier de Viana resolvió conceder "el uso y propiedad de un terreno a don José Artigas".
Por ese acto solemne, le donó el "rincón entre el arroyo Valentín que desagua en el Arapey Grande y las puntas de la cuchilla que sale al Daymán y hace rincón con otro arroyo llamado Las Cañas, que nace del propio Arerunguá y contiene en sí, seis leguas de fondo y una y media de frente" (sin excepción, los nombres geográficos citados se mantienen todavía).
Esta estancia descomunal, más grande que el departamento de Montevideo, tiene 105.000 hectáreas de superficie y fue formalmente escriturada a nombre de Artigas. Constituye la única fortuna que tuvo en toda su vida y lo transforma en uno de los terratenientes con mayor extensión de tierra, en la Banda Oriental. (1)
Y sin embargo, algo rechina.
Resulta absurdo que de pronto Artigas haya decidido ser estanciero en un lugar imposible, en medio de la Sierra inhabitable. No tenía posibilidades, ni codicia suficiente para plantearse el negocio cruel de los pioneros.
El hecho es muy raro. No conozco ejemplos de donaciones semejantes, hechas en ese tiempo.
No se puede explicar; la adquisición increíble recae (precisamente, sugestivamente) sobre la zona donde merodea la nación charrúa; en Arerunguá, en el ángulo que forman los arroyos Valentín y Cañas, están los últimos potreros donde una tribu nómade puede sobrevivir.
Arerunguá (palabra clave para entender la historia de este país) será, en toda la trayectoria pública de Artigas (de 1811 a 1820) el centro de su acción; es de allí, exactamente, que parte el federalismo, cuando su fundador se ha quedado solo, sin ejercito oriental y en medio del desierto.
A esa situación desesperada Artigas la llama orondamente: estar "en el centro de mis recursos".
No conozco ningún estudio histórico que coloque la capital de Artigas en su verdadero lugar.
CARTA A MANUEL ARTIGAS, LLAMADO EL CACIQUILLO.
En la primavera de 1945, yo tenía 23 años y estaba con Maneco Flores Mora, en Buenos Aires, trabajando como ayudante de investigador del Archivo Artigas.
Edmundo Narancio, que era el jefe de la misión, encontró entonces una carta de Artigas, absolutamente extraordinaria, que hicimos microfilmar y remitimos a Montevideo.
Esa carta, dirigida a un indio charrúa que hablaba español pero que no sabía leer (circa setiembre de 1812) dice:
"Cuando tengo el gusto de hablar al noble cacique don Manuel Artigas, lo hago con toda la satisfacción que me inspiran sus dignos pensamientos. Yo estoy seguro de estar siempre con vos, así como vos siempre debes estar conmigo."
"Nada habrá capaz de dividir nuestra unión y cuando los enemigos se presenten al ataque, nos verá el mundo ostentar nuestra amistad y la confianza que mantenemos."
"Yo estoy convencido de tus buenos sentimientos; por ellos y las demás condiciones que te adornan, será siempre un amigo tuyo y de los que siempre te siguen, tu padre, Artigas" (grafía actualizada por mí)
En su formidable libro "La Independencia del Uruguay" (2) Narancio agrega esta nota que, asombrosamente, no ha despertado la menor reacción:
"Por razones que ignoramos, en el Archivo Artigas, tomo décimo, pp 185-186, se publica el documento de (Baltasar) Vargas a Sarratea (remitiendo copia del texto citado) pero se omite la carta de Artigas al cacique indio, de obvio interés""(página 88)
Parecería que nuestra historia oficial no quiere indios metidos en la revolución y los borra.
Los más grandes historiadores "demuestran" muy seguido que el Jefe de los Orientales, peleó contra los charrúas.
Los papeles dicen que Artigas jamás atacó a la nación charrúa, aún cuando tuviese órdenes concretas de hacerlo.
LOS ROBOS DE CABALLADA.
No todas las repeticiones son fruto del azar inescrutable. Cada vez que Artigas está en una situación comprometida, a su contrincante le sucede la misma desgracia: le roban los caballos. Es la pérdida peor y la más difícil de infligir.
Un ejercito de esa época no puede pelear, ni moverse, si está falto de cabalgaduras; y lo que es peor; no puede comer, porque alcanzar una vaca chúcara era tarea reservada a los grandes jinetes.
Cuando Artigas era un oficial de Blandengues (policía montada de la frontera norte) un coronel de nombre Rocamora sitúa un batallón numeroso en Arerunguá, en Salto, cerca de Tacuarembó. Pretende ejercer la policía del lugar contra los contrabandistas de ganado y, más precisamente, contra los indios infieles, minuanes y charrúas.
Artigas clama ante sus superiores, en cartas sucesivas, pidiendo que se desplace hacia la frontera, esa vigilancia situada en los mejores potreros, algo inaguantable para los charrúas que viven allí, cazando bichos sin dueño.
Pero fue inútil.
Visto que el militar no cejaba en su empeño, una noche, los caballos del ejercito del señor coronel desaparecen. Es un hecho asombroso.
Se investiga a fondo y resulta, leyendo el expediente, que el jefe militar despojado queda en muy mala posición, se le ve como incapaz; y segundo: que el charrúa que robó la caballada a vista y paciencia de la guardia es, justamente, un indiecito joven, llamado Manuel Artigas, el Caciquillo.
Ocho años después, en 1812, se producen las famosos desavenencias de Artigas (jefe oriental) con Sarratea (prohombre de Buenos Aires) y el entredicho culmina frente a Montevideo, que está sitiada por los patriotas.
Son tres las fuerzas de la revolución emancipadora que convergen sobre la plaza defendida por los españoles, pero tales fuerzas están divididas: Rondeau en el Cerrito de la Victoria, aguantando solo el asedio; Sarratea, que viene del litoral con un batallón numeroso y artillería; y Artigas con los pocos orientales que le van quedando, porque el porteño lo debilitó de a poco, quitándole oficiales y tropa.
Sucede entonces lo inesperado: durante la noche del 16 de enero de 1813, a Sarratea le roban milagrosamente, 2.700 caballos y bueyes, llevándoselos a la vista y paciencia de su guardia militar.
La agresión, aunque incruenta, es intolerable.
La relación empeora de tal modo que el 2 de febrero Artigas es declarado traidor a la patria y ambos jefes están al borde de la guerra.
Entonces vuelve a suceder lo imposible: al ejercito porteño le roban los pocos caballos y los pocos bueyes que le quedaban. El porteño queda de a pie, es decir, absolutamente perdido.
"A eso de las dos de la mañana, tuve aviso de que habían sido sorprendidos los dragones que cuidaban los 300 caballos del cuarto escuadrón, por una partida numerosa del señor Artigas que se los llevaba; además arreaban los bueyes " así daba cuenta Nicolás de Vedia, un oriental inteligente, servidor de los porteños y agrega: "También se me avisa que los caballos pertenecientes al señor coronel y otros oficiales, también han sido llevados " (3)
* Observo nueve indicios coincidentes.
LA MARCHA SECRETA
No supe nunca que las hazañas de los charrúas hayan sido reconocidas. Hubo 500 jinetes que derrotaron sistemáticamente a los porteños, para hacer inexpugnable la provincia oriental, frente a las pretensiones de Buenos Aires, y esa es, en buena medida, la causa más admirable de la independencia de este país, sin embargo
Nadie explica como pudieron los orientales derrotar a Sarratea para incorporarse victoriosamente al segundo sitio de Montevideo o como lograron derrotar a Dorrego cuando corrió locamente hacia Arerunguá, pera deshacer al Jefe de los federales y se encontró aislado; y por eso resultó deshecho en Guayabos.
Pero lo que menos aclaran los señores redactores de la historia en uso, es "la marcha secreta".
La historiografía científica uruguaya (siempre infiel con los infieles) no dice nada del destino insólito que Artigas le dio a su huida, cuando abandona el sitio de Montevideo (20 de enero de 1814) y se transforma en un desertor.
Sin charrúas, nadie podrá explicar nunca porqué el Jefe de los Orientales abandona a su gente (aún a su hermano) y se quita el uniforme y se va solo, en medio de la noche, vestido de gaucho, llevando una chuza y así atraviesa todo el país (del día 21 al 24, hace aproximadamente 400 kilómetros en tres días) para situarse en las cercanías de Arerunguá, en las costas del Tacuarembó chico, y afincado allí, en ese inhóspito lugar del Lejano Norte, proclama una y otra vez: "estoy en el centro de mis recursos"; "estoy en el seno de mis recursos".
Mucho menos se puede explicar que desde esa zona, en medio del desierto, rodeado de indios analfabetos, haya difundido una nueva idea: el Federalismo, que resultó incontenible y que se impuso, hasta ahora, en esta parte del mundo; aún a costa del sacrificio que implicó nuestra secesión.
Artigas, caso único en la revolución americana, contaba con unja formidable caballería ligera, los charrúas.
Solo así se entiende la desesperación porteña por conseguir la invasión de una potencia extranjera. No tenían otra.
Artigas era invencible en el Lejano Norte y los incendiaba.